Desde la noche que lo soñó, Perjuicia,
sintió el impulso de encontrarlo para comprobar aquella sensación con que
despertó después de estarle cerca. Un día, en que recobró su
espacio quedándose quieta para observar los movimientos que a su alrededor
parecían aturdirla, lo pensó con una evocación sincera y en calma. Pasó la tarde siendo
las palabras en su cabeza, cuando terminó de leer su cuento decidió irse sin afanes,
después le entraron ganas de caminar para ser testigo de tanta quietud que
siempre parecía evadirle y que ese día al fin la consumía. Había bonche en la Universidad y todo parecía vacío, entonces pasó por un lugar
oscuro donde se peleaban los egos esperando un ataque que nunca acaeció, cruzo el puente, luego se
asustó y retrocedió. Llegó en un bus que se había desviado al destino próximo que se le ocurrió de pronto, donde había programada una película, pero
nada la esperaba allí, solo paro-noia. Entonces decidió caminar un poco entre
las gentes que tomaban cerveza y humos sin esperanza. Pasando despacio por el
corredor pudo ver los ojos del chico del sueño y ahí mismo sintió un rayo que
la atravesaba toda y un retorcijón vacío en el estómago. Esa emoción le impidió
parar, y al contrario, apresuró el paso mirando alrededor como si todavía
buscara. Dio una pequeña vuelta y tomó valor para pasar a saludar, recibida
entre sonrisas e historias sobre su llegada al lugar, se sintió dispuesta a
disfrutar de esos ojos tímidos que tanto la habían inquietado. Pero no pasaron
quince minutos, el chico recibió una llamada y se despidió con premura renunciando
a ser Perjuicio esa noche.
Soy un gato de mí que escribe
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