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Sustento de tierra dulce


Imagino que soy sin este cuerpo un saber ser, un absoluto que no se pregunta por lo absurdo y mucho menos por lo abstracto. Esa imagen que no es táctil me sabe a humo y sube hasta lo que sabemos es la atmósfera que nos cobija la vida. Me separo de lo que soy para intentar amar sin nudos que me nublen la posibilidad de crecer e intento romper esa fina capa de oxígeno que nos contiene. Ingenio una vía hacia la estrella más cercana y me solidarizo con un calor que ya no siento, pero aún lo recuerdo, y ahora más que nunca resisto. Más y allá comienza la fusión con ese fuego que enceguece y del que no quedan formas ni ataduras terrenales. Saber y sentir son pasados de lo que ya esta nada en la que me he convertido no tiene el más mínimo reflejo. Dispersa en lo lácteo de mi camino me he tropezado con los límites del universo conocido: la materia oscura, el túnel hacia otra dimensión que no requiero porque ya no existe la curiosidad con la que comencé este viaje, no existo yo, así en masculino, en letras humanas, en esta compleja red de cavilaciones. Entonces, ya sin sentido y sin sur, deshago lo que podrían ser los pasos de lo que creo logré viajar con la mente. Apenas después de salir del sol veo el equilibrio dinámico en el que está la tierra y lo recuerdo todo: soy esa planeta, existo dentro del ecosistema planetario en una interdependencia imperceptible pero evidente: endosimbiótica. Soy un alcaraván y una nuez, cohabito este lugar en el que la vida se adapta y al mismo tiempo impulsa su transformación evolutiva. Soy el océano que permito fluir vivo con mi resistencia. La conciencia de estar viva es una de mis habilidades humanas y aunque no necesito clasificarme tengo una forma especial de sostener esta existencia. 

Entonces me identifico

me llamo

me habito

me sostengo.



La pregunta por el amor, como mi capacidad de acompañar y de aprender con los que me rodean, con los que coopero en este crear la vida, viene llena de prejuicios y de preceptos. Mi sexualidad, este ser mujer  que me palpita en el estómago, mi herencia de sostener el corazón en el pecho mientras la panza me útera el alma, me encuentran con un ser que mide sus palabras sin miedos ni pretensiones, con la naturalidad de saberse innecesario: completo. Entonces todas mis búsquedas y mis angustias se hacen inútiles, se derriten entre los labios y los ojos de quién me mira con mutuo asombro. No estoy segura de nada: ni de si soy heterosexual, ni de si soy monógama, ni de si me gustan unos genitales más que los otros, ni de si quiero algo para toda la vida o de si seré otra en algunos años. Pero sé con mi alma, que conecta mi cuerpo sensible y emocional, que quiero pasar mis días con el hombre que huele a casa, que lo anhelo y que lo disfruto como a nada. Aprendo de sus silencios y de su forma cautelosa de caminar. Somos lo que creamos cada día en las mañanas con café y en las noches de tocarnos las barrigas. Vamos en tardes de la mano desde una cima en la montaña o dentro de unas saladas olas con arena en los bolsillos.  



La perra que siempre he sido se llama Leia. Vive en nuestra casa y me ha entrenado en cuán importante es saber autorregularse y estar siempre dispuesto a la alegría. Ella es mi oportunidad y mi recordatorio constante de ser y de disfrutar de esta animalidad tan vital con la que soy el mundo. Mi cuerpa, mi corazón, el mismo que le habló a mi cómplice de bien estar apenas la conocí. Mi doctora escuchó un murmullo y luego mi amiga Mariza -haciendo uso de sus herramientas y de su generosidad- me miró por dentro y ahí supimos que no tenía cualquier válvula de palpitar hierro y oxígeno. Fue un mes de suspenso, aunque la perra sabía que no era más que culpa lo que sentía, me di a la tarea de buscar lo que mi corazón decía. Mi perra y yo somos un tanto mordelonas, cuando nos sentimos inseguras mostramos los dientes y tendemos a extralimitar esfuerzos y a deformar un poquito la realidad -perras bravas de puro visaje-. Así mismo, yo me gasto en mis errores y me exijo ser mejor de lo que soy sin compasión, con dientes duros y filosos. Hoy mientras meditaba hacía un esfuerzo increíble por visualizarme con amabilidad y cariño. Me decía que no escribo ni leo lo necesario, no quería aceptarme como soy sabiendo cuánto me he demorado en crecer en una carrera profesional en este país, me repetía los reclamos de rutina en los que me empequeñezco y me quito las fuerzas de continuar. Entonces volví a la respiración y en un intento por distraerme pude ver por el rabillo del ojo cómo Leia me miraba con dulzura, y entonces entendí que era eso lo que mi pecho reclamaba: una conexión cordial con lo que ya soy y he logrado. Un balance entre lo aprendido y lo que continúa en el proceso de ser y de sostener la vida, a lo que me llama este ser mujer que abrazo con todos sus retos y contradicciones.

Gracias a la perra de la que antes me avergoncé hoy soy una mujer que camina con libertad y que se dice con fidelidad lo que quiere, lo que sabe y lo que teme; tierra negra y fértil. El camino hacia la vida amable con mi propio ser y estar, pasa por cada uno de los seres con los que soy este maravilloso planeta, que tiene la capacidad de regenerarse y sobre todo de equivocarse hasta encontrar la ruta por la cual fluir con fuerza. 

“El Cuerpo de la mujer, la semilla y la tierra, enclaves de la regeneración creativa, se han tornado en objetos 'pasivos' manipulados por los expertos para la obtención de beneficio. De esta forma, las fuentes de renovación de la vida se han transformado en material muerto, inerte y fragmentado, mera “materia prima” a la espera de ser manipulada y procesada para llegar a ser un producto terminado”. “De creadoras y sustentadoras de la vida, la naturaleza y la mujer están reducidas a ser “recursos” en el modelo de mal desarrollo, fragmentado y contrario a la vida” (Shiva y Mies, 1997 Citado por María Jesús Blázquez, 2015).

https://edicioneslasocial.files.wordpress.com/2015/12/para-leer-ensayos-utero.pdf

Comentarios

Juana ha dicho que…
Imaginé cada palabra que leía.
Laura María ha dicho que…
Gracias por leer Juana ♥

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