Frente a mí un túnel de luz donde él se transportaba. Podía escucharlo, decía unas bonitas palabras en mis oídos, mientras yo expectante veía caer la línea que lo dejaría llegar a la pradera. No pude entender cómo lo escuchaba, porque la fila de colores en diagonal, donde supe que venía su carga y energía, estaba a más de diez metros del balcón desde donde lo observaba. Sin embargo, su voz latía en mi corazón encantando el lugar, habitándolo. Yo acababa de llegar y sentí las sonrisas, las caricias de la lluvia entre el airecito atravesado por el sol. Lo vertical y lo horizontal se diluían en una función imposible, no solo infinita, sino multidimensional hasta el infinito también. Los colores en el espectro visible eran la voz, y los otros, que podía ver sin ser para esto, eran todo su cuerpecito verde que me tocaba en la vibración. Cuando no habló más seguí viendo el verde iluminado y el túnel desapareciendo en la bruma. La despedida reactivaba el ciclo y me daba la bienvenida al ...