Pelear desde el ego es la
cuestión más extraña que se ha pensado en esta pequeña habitación. La rareza
discute en la naturaleza conservada de sentirse importante. Una pequeña chica
ha estado esperando a pesar de sus acuses mentales de fluir, se da cuenta de
su falta de fuerza y recuerda nuevamente la situación que le avergüenza. En una
noche de estómago revuelto apareció una estrellita brillante, un muchacho con
ojos de fuego, un volcán. Princesa de brazos abiertos sonríe y conversa, es una
linda compañera y se divierte olvidando su estómago entre el hedor de la nueva
ebriedad. Es alagada, calificada y clasificada, esa noche ha sido toda ella
princesa y se ha llevado el título inscrito como las verdades que hay entre las
palabras. Había pensado ya en abrazar la noche con esos ojos, en derramarse
transparente mientras aspira ese cuello. Sus planes incluían un pequeño
detalle, ahora sabe que podría calificarse como un capricho, es más, lo acepta
como tal y se arriesga a sentirse importante. Al terminar la noche, camina sola
bajo el frío, la lluvia y sus ganas de ir sin afán contra los pies rápidos y
temerosos. Toda ella corre hacia su hogar salvaje, con tanta dignidad como
ganas de llorar por su estupidez. Alternar su necesidad física con sus pretensiones
instintivas de ser ella misma es casi como esperar que el río llegue vacío al
mar. Si supone sentirse mejor cuando se ha ido, no puede explicarse por qué al
llegar se sienta en el piso y llora en tragos hipados con su cabeza sobre las
rodillas. Un llanto frágil, unas ganas de escucharse sin hacerse muecas y
querer correr por ahí con la falda arriba como si el alma no supiera de quiénes
y cómo. Entonces lo recuerda, es solo una princesa importante y dormir el
pensamiento sobre el ego es lo mejor que pudo hacer aquella noche.
No seré miel, pero tengo algo de dulce y pegajoso. No seré agua, pues no he sido transparente. No soy del todo negra y por eso tampoco seré carbón. No vengo a salvarme, pues entiendo que no tengo salvación. Voy a caminar hasta que me canse, después dormiré sobre la pradera del placer. Verdosa, amarillenta y silenciosa, porque he manchado mi alma. Ya no seré alma, porque de la tierra soy. Y no seré tierra tampoco, pues aquí me tienes civilización. Y cuando despierte y deje de escuchar esa canción, allí estarás con esa sonrisa que me llena de aliento y me recuerda que viento y ceniza soy.
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