Pelear desde el ego es la
cuestión más extraña que se ha pensado en esta pequeña habitación. La rareza
discute en la naturaleza conservada de sentirse importante. Una pequeña chica
ha estado esperando a pesar de sus acuses mentales de fluir, se da cuenta de
su falta de fuerza y recuerda nuevamente la situación que le avergüenza. En una
noche de estómago revuelto apareció una estrellita brillante, un muchacho con
ojos de fuego, un volcán. Princesa de brazos abiertos sonríe y conversa, es una
linda compañera y se divierte olvidando su estómago entre el hedor de la nueva
ebriedad. Es alagada, calificada y clasificada, esa noche ha sido toda ella
princesa y se ha llevado el título inscrito como las verdades que hay entre las
palabras. Había pensado ya en abrazar la noche con esos ojos, en derramarse
transparente mientras aspira ese cuello. Sus planes incluían un pequeño
detalle, ahora sabe que podría calificarse como un capricho, es más, lo acepta
como tal y se arriesga a sentirse importante. Al terminar la noche, camina sola
bajo el frío, la lluvia y sus ganas de ir sin afán contra los pies rápidos y
temerosos. Toda ella corre hacia su hogar salvaje, con tanta dignidad como
ganas de llorar por su estupidez. Alternar su necesidad física con sus pretensiones
instintivas de ser ella misma es casi como esperar que el río llegue vacío al
mar. Si supone sentirse mejor cuando se ha ido, no puede explicarse por qué al
llegar se sienta en el piso y llora en tragos hipados con su cabeza sobre las
rodillas. Un llanto frágil, unas ganas de escucharse sin hacerse muecas y
querer correr por ahí con la falda arriba como si el alma no supiera de quiénes
y cómo. Entonces lo recuerda, es solo una princesa importante y dormir el
pensamiento sobre el ego es lo mejor que pudo hacer aquella noche.
Soy una persona pequeña. Esa particularidad me ha obligado a mirar por encima de mi cuerpo para buscar en los ojos de las otras personas. También me permite encontrar lugares secretos como rincones y esquinas en los que logro entrar con facilidad. Por eso fui buena para jugar a las escondidas cuando era una niña (todavía lo soy). Llena de curiosidad estaba constantemente cultivando la flexibilidad de mi cuerpo. Recuerdo específicamente que me gustaba jugar Botetarro . Nuestra versión consistía en patear una botella de plástico lo más lejos posible y correr a esconderse, mientras la niña que quedaba iba a recuperar la botella y se devolvía de espaldas hasta el lugar inicial. Luego, ella dejaba la botella en este lugar y buscaba a los demás para volver a tocarla mientras gritaba el nombre de la persona que había encontrado. Lo más emocionante para mí era que teníamos la posibilidad de correr y de llegar antes que esa persona para patear la botella. Esto hacía que el juego empezara de
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