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Zoocoría

El juego me dice que es tiempo de sembrar y yo intento encontrar las semillas entre las palabras y entonces me pregunto: ¿Por qué vivimos negando nuestra naturaleza? ¿Cómo ignoramos todas las alarmas de la tierra -nuestro cuerpo- que nos anuncian destrucción? ¿Cuándo nos separamos del mundo? ¿Por qué creemos que podemos vivir afuera del ecosistema que nos mantiene vivos? Por más increíble que parezca, es evidente que ignorar nuestras necesidades básicas es un hábito con el que yo misma crecí y que aún me cuesta cambiar: alimentarme bien, descansar, ser amable con mi proceso de aprendizaje, gestionar mis emociones... Entonces si ni siquiera yo veo lo que está ante mis narices, ¿cómo puedo esperar que la sociedad humana aprenda de sus errores y reconozca lo que nos falta para comenzar a hacerlo mejor en términos de vivir en armonía y desde el amor? Pues bien, reconociendo lo que sueño y lo que soy para encontrar un camino hacia lo que puedo aprender y caminar. Siempre caminar con
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Sustento de tierra dulce

Imagino que soy sin este cuerpo un saber ser, un absoluto que no se pregunta por lo absurdo y mucho menos por lo abstracto. Esa imagen que no es táctil me sabe a humo y sube hasta lo que sabemos es la atmósfera que nos cobija la vida. Me separo de lo que soy para intentar amar sin nudos que me nublen la posibilidad de crecer e intento romper esa fina capa de oxígeno que nos contiene. Ingenio una vía hacia la estrella más cercana y me solidarizo con un calor que ya no siento, pero aún lo recuerdo, y ahora más que nunca resisto. Más y allá comienza la fusión con ese fuego que enceguece y del que no quedan formas ni ataduras terrenales. Saber y sentir son pasados de lo que ya esta nada en la que me he convertido no tiene el más mínimo reflejo. Dispersa en lo lácteo de mi camino me he tropezado con los límites del universo conocido: la materia oscura, el túnel hacia otra dimensión que no requiero porque ya no existe la curiosidad con la que comencé este viaje, no existo yo, así en masculin

Una pequeña persona

Soy una persona pequeña. Esa particularidad me ha obligado a mirar por encima de mi cuerpo para buscar en los ojos de las otras personas. También me permite encontrar lugares secretos como rincones y esquinas en los que logro entrar con facilidad. Por eso fui buena para jugar a las escondidas cuando era una niña (todavía lo soy). Llena de curiosidad estaba constantemente cultivando la flexibilidad de mi cuerpo.    Recuerdo específicamente que me gustaba jugar Botetarro . Nuestra versión consistía en patear una botella de plástico lo más lejos posible y correr a esconderse, mientras la niña que quedaba iba a recuperar la botella y se devolvía de espaldas hasta el lugar inicial. Luego, ella dejaba la botella en este lugar y buscaba a los demás para volver a tocarla mientras gritaba el nombre de la persona que había encontrado. Lo más emocionante para mí era que teníamos la posibilidad de correr y de llegar antes que esa persona para patear la botella. Esto hacía que el juego empezara de

Somos seres incoherentes: vivimos con la certeza y sin la consciencia del efímero momento de nuestra existencia.

Mariana nos pregunta por la in/coherencia en nuestro proceso de vivir amigablemente con el planeta, y yo al fin comprendo que trabajar cocinando animales para que otros consuman, mientras no estoy de acuerdo con tener que obligar a otros seres a una vida y a una muerte miserables para alimentarnos, no tiene tanto sentido. Pienso en esa frase que dice algo como que si estás cansado aprende a descansar y no a renunciar. Creo que así siento mi decisión de ser vegana mientras cocino muertos para que otros los compren. Como un alivio. Como empezar por donde realmente puedo hacer algo: en mi estilo de vida, en la forma en la que desempeño mi trabajo. Si renuncio a cocinar no va a pasar nada en el restaurante ni en el mundo (a menos que logre inmediatamente pensar en una forma de impactar desde afuera y que llegue tan lejos), pero con mi trabajo y mi forma de ver nuestra relación con el planeta estoy haciendo un esfuerzo por reducir el impacto, al menos en este momento. Puede que s

Exoesqueleto

Creo que ha muerto toda mi piel por más que me miro no me reconozco: ya no tengo el color ni la textura ni la miel, me he enroscado en un abrazo sin fondo me he abierto hacia el vacío de imagen hacia el abismo del ser. Aún me cuesta soltar esta última capa siento la carga de años en ella  -su encanto su canto- como si allí entre todas las heridas siguiera escrito el mapa y yo perdiera el rumbo por no estar al tanto, por decidir no estarlo. Saber de la mutación me saca del juego me mantiene en un letargo sin ritmos. En un proceso de construcción del ego contra la corriente de antiguos miedos y mecanismos. Finalmente la nueva cara llega luego y ese yo de siempre en el que no existimos alimenta al espíritu consumiéndose en el fuego. Y queda la muda abierta al mundo.

Barriga llena corazón contento

Tengo al amor atrapado en la barriga puedo sentirlo en formas que no se escriben: su revoloteo cuando alguien ha perdido la esperanza, su palpitar cuando alguien se besa o me besa a mí, su bailoteo en la amarga tibieza de la entraña cansada; su crepitar ante la violencia, ante el engaño, ante la incapacidad de mirar al otro. No seré quién sabe del amor pero soy su refugio y eso es lo que hay. Soy un baúl de magia antigua y quiero devolverla al mundo, porque ya su ausencia me ha partido el alma.

Telar

En la incertidumbre del saberse errante: viajero de preguntas coleccionista de posibilidades malabarista de respuestas aniquilador de certezas; está el vaivén de cada paso. El abanico del mundo abierto ante mis pies se cierra ¡clap! No hay otra opción que poner una cerca, porque mientras la energía se expande el cuerpo experimenta una pequeña porción -dentro del todo-. Los límites susurran sus nombres circundan los titubeos se cansan de ser pisoteados y hamacan sus fronteras en un florecer de consciencia. Los surcos se llenan de agua y sube la vida, porque lo que entra está sincronizado con lo que soy ahora mismo me devuelvo el poder de construirme. Comienza la energía a desplazarse y me consumo en el quéhacer, una a una las piezas se han ido juntando pero las pequeñas esquirlas siguen buscando desesperadamente, entonces lo entiendo: se juntan mientras escribo.