Creo que ha muerto toda mi piel
por más que me miro no me reconozco:
ya no tengo el color ni la textura ni la miel,
me he enroscado en un abrazo sin fondo
me he abierto hacia el vacío de imagen
hacia el abismo del ser.
Aún me cuesta soltar esta última capa
siento la carga de años en ella
-su encanto su canto-
como si allí entre todas las heridas siguiera escrito el mapa
y yo perdiera el rumbo por no estar al tanto,
por decidir no estarlo.
Saber de la mutación me saca del juego
me mantiene en un letargo sin ritmos.
En un proceso de construcción del ego
contra la corriente de antiguos miedos y mecanismos.
Finalmente la nueva cara llega luego
y ese yo de siempre en el que no existimos
alimenta al espíritu consumiéndose en el fuego.
Y queda la muda abierta al mundo.
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