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Somos seres incoherentes: vivimos con la certeza y sin la consciencia del efímero momento de nuestra existencia.





Mariana nos pregunta por la in/coherencia en nuestro proceso de vivir amigablemente con el planeta, y yo al fin comprendo que trabajar cocinando animales para que otros consuman, mientras no estoy de acuerdo con tener que obligar a otros seres a una vida y a una muerte miserables para alimentarnos, no tiene tanto sentido. Pienso en esa frase que dice algo como que si estás cansado aprende a descansar y no a renunciar. Creo que así siento mi decisión de ser vegana mientras cocino muertos para que otros los compren. Como un alivio. Como empezar por donde realmente puedo hacer algo: en mi estilo de vida, en la forma en la que desempeño mi trabajo. Si renuncio a cocinar no va a pasar nada en el restaurante ni en el mundo (a menos que logre inmediatamente pensar en una forma de impactar desde afuera y que llegue tan lejos), pero con mi trabajo y mi forma de ver nuestra relación con el planeta estoy haciendo un esfuerzo por reducir el impacto, al menos en este momento.

Puede que sea muy pequeño mi aporte y que por eso no lo había valorado realmente hasta ahora. Pero ser ese pequeño porcentaje de un equipo que está haciendo un esfuerzo en las tareas de cada día por pensar en el uso de materiales y de las vidas que tomamos para alimentarnos y hacer dinero, es valioso. Es algo y eso es lo que estamos intentando, hacer algo, cualquier cosa es más que nada. Mariana dice que todo lo que hacemos deja una huella y que por eso tenemos que empezar por algo. Esta transformación pasa por todos los lugares en los que somos y hacemos, y el trabajo es casi que en lo que más tiempo invertimos en la vida, por eso creo que sí podría hacer algo más cercano a mi posición frente a la vida, que encontraré otras formas de trabajar. 

No sólo está el hecho de cocinar animales, el restaurante donde trabajo es de comida mexicana, por lo que me contrataron básicamente, porque ya sabemos que todo el paquete latinoamericano pasa por auténtico mexicano en el exterior (o al menos cercano culturalmente, hablan el mismo idioma...). Al cliente le da confianza ver a un latino, eso genera valor en el negocio, soy todo un atractivo, además bailo y canto las canciones (en su mayoría colombianas). Nunca me imaginé cantar: "un osito dormilón le regalé" mientras aplasto cinco kilos de aguacate para el guacamole.  Pero la verdad ahora mismo me siento afortunada, encontré un lugar cercano a mi cultura a 16,228 km. de distancia de mi país, pero donde trabajo también con locales, muchachos que están en la universidad o solo trabajando después de graduarse del colegio, incluso unos que están todavía en edad escolar. Puedo tener conversaciones tranquila, aún con mi inseguridad y mi ansiedad para hablar en inglés. Aunque suenan muchos vallenatos, también trabajo al ritmo de Bomba Stereo y los AlcolirykoZ. 

Allí me he acercado a personas maravillosas, a mis amigos latinos (que ya sé que no sirven para aprender inglés), pero que me han acompañado indispensablemente en este proceso de migración. Reconciliarme con lo que soy, con lo que hago y por qué lo hago es una parte preciosa de este proceso de acercamiento al ecosistema. Nuestra relación con el contexto nos enseña lo que somos, a lo que estamos conectados y que por más que intentemos ignorar cada día, es nuestra casa la esencia que nos aviva, donde podemos ser. No hay nada adentro o afuera ahora, es todo uno mismo y creo que siempre lo fue, pero que cuesta conectarse. Estamos tan desconectados en un intento virtual de conexión que se nos olvida que somos un cuerpo que toca, que vive, que siente. Esa simpleza de mirar lo que comemos, lo que compramos, cómo vivimos, cómo trabajamos, se nos hace compleja, se nos va en una carrera por un futuro que nunca llega, ni siquiera con las pastillas nos sentimos a gusto, todo se acaba y nos aburre.

Así nos pasamos la existencia rezando por un cambio. Añorando un mundo divino, perfecto, sin diferencias. Vivimos pensando en otra vida, en un más allá del que no sabemos sino historias fantásticas y preciosas. Mientras aquí nos odiamos, derrochamos todo a nuestro alrededor porque no es suficiente, tenemos trabajos de mierda. Pero es aquí y ahora, siempre es hoy. Por eso me aliviana ver el presente donde me pregunto, romper la cadena y tomar responsabilidad por quién soy y por el camino que traza mi corazón, mis incertidumbres, mi capacidad de aprender. Soy un experimento de humana que no come ni compra ningún producto de origen animal y que en seis meses ha logrado reducir su basura de casi dos canecas completas a menos de media a la semana. Tal vez no salve al mundo, pero hago parte del movimiento que logrará convivir con lo que queda de esta roca maravillosa y generosa en la que el universo nos permite respirar. Solamente eso me alegra, saber que se puede haciéndolo. 

Pocas cosas te ponen más en contravía que querer vivir de manera más responsable en este planeta, cuando lo “normal” sigue siendo consumir sin pensar, desechar sin pensar, agarrar todo lo fácil, lo rápido y lo barato y no preguntarse quiénes están pagando ese precio. Habitar este planeta de manera responsable te pone —todavía— en el papel de “persona incómoda”, porque la vida sostenible es una idea que todavía no ha sido adoptada por las mayorías (énfasis en “todavía”). 

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