Está lloviendo, porque nunca llueve sin razón.
Hay quién espera la lluvia para calmar las ansias de una brisa helada; otro, para sentir sus pies mojados, sus pies sucios y quebrados; hay alguien que necesita un sonido que apacigüe la llama que arde dentro de sí, con ganas de llorar, de lloverse, de tronarse las entrañas para sacar todo lo que ha quedado condensado. Lo que ha estado siempre detrás de una sonrisa, un silencio, una mirada... tras una huella dura y brusca que mancha su futuro.
No lo hace sólo porque le importe saber qué vendrá, sino porque lo acompañará. Yo le he dicho que puede llover cuando él quiera, que se llueva, que se moje, que se arranque con una ventisca todo lo que más pueda. ¿y para qué va a poseer recuerdos? si le duelen y me duelen a mi, si se siente sólo en esta carrera contra sí mismo, si no debe ser el que siempre ha sido porque no es lo que quiere, es más, no sabe si lo quiere. Pero se demora para decidir, él va corriendo y pasa por mi lado y yo le digo que hay que detenerse, pero él me dice que no puede, que quiere correr y no sentir, porque sentir es difícil, sentir hace que se encienda esa llama, si, esa llama que le duele, que le arde, que lo desespera. Y entonces tiene que esperar esa maldita lluvia, porque es lo único que le calma, porque suena a caos, a un caos lleno de nada, que deja a su paso las cosas mojadas y limpias. Pero que se va a acabar y debe durarle y sonarle lo suficiente para que él escuche; porque es desatento, es estúpido.
La lluvia lo sorprende y lo llena, lo sacia, lo conmueve; pero él no la espera, él no lo sabe.
Hay quién espera la lluvia para calmar las ansias de una brisa helada; otro, para sentir sus pies mojados, sus pies sucios y quebrados; hay alguien que necesita un sonido que apacigüe la llama que arde dentro de sí, con ganas de llorar, de lloverse, de tronarse las entrañas para sacar todo lo que ha quedado condensado. Lo que ha estado siempre detrás de una sonrisa, un silencio, una mirada... tras una huella dura y brusca que mancha su futuro.
No lo hace sólo porque le importe saber qué vendrá, sino porque lo acompañará. Yo le he dicho que puede llover cuando él quiera, que se llueva, que se moje, que se arranque con una ventisca todo lo que más pueda. ¿y para qué va a poseer recuerdos? si le duelen y me duelen a mi, si se siente sólo en esta carrera contra sí mismo, si no debe ser el que siempre ha sido porque no es lo que quiere, es más, no sabe si lo quiere. Pero se demora para decidir, él va corriendo y pasa por mi lado y yo le digo que hay que detenerse, pero él me dice que no puede, que quiere correr y no sentir, porque sentir es difícil, sentir hace que se encienda esa llama, si, esa llama que le duele, que le arde, que lo desespera. Y entonces tiene que esperar esa maldita lluvia, porque es lo único que le calma, porque suena a caos, a un caos lleno de nada, que deja a su paso las cosas mojadas y limpias. Pero que se va a acabar y debe durarle y sonarle lo suficiente para que él escuche; porque es desatento, es estúpido.
La lluvia lo sorprende y lo llena, lo sacia, lo conmueve; pero él no la espera, él no lo sabe.
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