Entonces me identifico
me llamo
me habito
me sostengo.
La pregunta por el amor, como mi capacidad de acompañar y de aprender con los que me rodean, con los que coopero en este crear la vida, viene llena de prejuicios y de preceptos. Mi sexualidad, este ser mujer que me palpita en el estómago, mi herencia de sostener el corazón en el pecho mientras la panza me útera el alma, me encuentran con un ser que mide sus palabras sin miedos ni pretensiones, con la naturalidad de saberse innecesario: completo. Entonces todas mis búsquedas y mis angustias se hacen inútiles, se derriten entre los labios y los ojos de quién me mira con mutuo asombro. No estoy segura de nada: ni de si soy heterosexual, ni de si soy monógama, ni de si me gustan unos genitales más que los otros, ni de si quiero algo para toda la vida o de si seré otra en algunos años. Pero sé con mi alma, que conecta mi cuerpo sensible y emocional, que quiero pasar mis días con el hombre que huele a casa, que lo anhelo y que lo disfruto como a nada. Aprendo de sus silencios y de su forma cautelosa de caminar. Somos lo que creamos cada día en las mañanas con café y en las noches de tocarnos las barrigas. Vamos en tardes de la mano desde una cima en la montaña o dentro de unas saladas olas con arena en los bolsillos.
La perra que siempre he sido se llama Leia. Vive en nuestra casa y me ha entrenado en cuán importante es saber autorregularse y estar siempre dispuesto a la alegría. Ella es mi oportunidad y mi recordatorio constante de ser y de disfrutar de esta animalidad tan vital con la que soy el mundo. Mi cuerpa, mi corazón, el mismo que le habló a mi cómplice de bien estar apenas la conocí. Mi doctora escuchó un murmullo y luego mi amiga Mariza -haciendo uso de sus herramientas y de su generosidad- me miró por dentro y ahí supimos que no tenía cualquier válvula de palpitar hierro y oxígeno. Fue un mes de suspenso, aunque la perra sabía que no era más que culpa lo que sentía, me di a la tarea de buscar lo que mi corazón decía. Mi perra y yo somos un tanto mordelonas, cuando nos sentimos inseguras mostramos los dientes y tendemos a extralimitar esfuerzos y a deformar un poquito la realidad -perras bravas de puro visaje-. Así mismo, yo me gasto en mis errores y me exijo ser mejor de lo que soy sin compasión, con dientes duros y filosos. Hoy mientras meditaba hacía un esfuerzo increíble por visualizarme con amabilidad y cariño. Me decía que no escribo ni leo lo necesario, no quería aceptarme como soy sabiendo cuánto me he demorado en crecer en una carrera profesional en este país, me repetía los reclamos de rutina en los que me empequeñezco y me quito las fuerzas de continuar. Entonces volví a la respiración y en un intento por distraerme pude ver por el rabillo del ojo cómo Leia me miraba con dulzura, y entonces entendí que era eso lo que mi pecho reclamaba: una conexión cordial con lo que ya soy y he logrado. Un balance entre lo aprendido y lo que continúa en el proceso de ser y de sostener la vida, a lo que me llama este ser mujer que abrazo con todos sus retos y contradicciones.
Gracias a la perra de la que antes me avergoncé hoy soy una mujer que camina con libertad y que se dice con fidelidad lo que quiere, lo que sabe y lo que teme; tierra negra y fértil. El camino hacia la vida amable con mi propio ser y estar, pasa por cada uno de los seres con los que soy este maravilloso planeta, que tiene la capacidad de regenerarse y sobre todo de equivocarse hasta encontrar la ruta por la cual fluir con fuerza.
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